martes, 27 de septiembre de 2011

Santa Sabina




Iniciaba la década de los noventa y en méxico la escena del rock nacional comenzaba a asentarse luego de haber terminado los ochenta en pleno apogeo, resurgiendo a punta de esfuerzos individuales, recuperación de tradiciones y talento desperdigado. Este boom produjo una camada de bandas que, dos décadas después, siguen ocupando un lugar preponderante en el candelero musical mexicano.

Santa Sabina se formó como las viejas bandas de rock lo hacían: los cuatro miembros se conocieron mientras estudiaban en la universidad. Rita llegaba de Guadalajara para formarse como actriz, mientras Poncho, Pablo y Jacobo ya tocaban en una banda de jazz a la que nombraron Los Psicotrópicos. Sus caminos se juntaron cuando los cuatro trabajaron juntos en la obra “Amerika”, basada en el libro de Franz Kafka. Más adelante, con las ganas de formar un proyecto que fuera exclusivamente de ellos, nace Santa Sabina, una banda que en el nombre homenajea a María Sabina, famosa curandera de Oaxaca. Así como para María Sabina los hongos eran algo sagrado, lo mismo era para Santa Sabina componer buena música.

Pocas son las bandas que hacen honor a su nombre, y Santa Sabina es uno de esos casos. Tal vez fue coincidencia, tal vez no, o tal vez el espíritu de María Sabina se quedó resguardando a la agrupación mexicana muchos años. La música de Santa Sabina se caracteriza por unir varios elementos como ritmos jazzísticos y urbanos, letras fantásticas y presentaciones muy histriónicas para lograr un concepto cuyo misticismo, siempre fue la cara principal. La poderosa voz de Rita atrapó a millones de oídos jóvenes que quedaron impactados por las tonalidades casi operísticas que incorporaba al rock.

Y así la música de Santa Sabina llegó a miles de oídos y a varias generaciones de jóvenes que buscaban música con sustancia. Incansables en el estudio y en los escenarios, la música de Santa Sabina sufrió un alto total y demasiado en seco cuando Rita Guerrero falleció el 11 de marzo de este año a causa del cáncer. En el festival Vive Latino que se llevó a cabo en abril, varios músicos que conocieron y admiraban a Rita le rindieron tributos a ella y, por consecuencia a Santa Sabina. Dejando al público en claro que ésta fue una de las pérdidas más grandes que el rock nacional ha experimentado.



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lunes, 12 de septiembre de 2011

Adrian Belew: El Principe Carmesí


Pocos, escasísimos artistas han forjado su carrera a base de la creación de propuestas sónicas vanguardistas y con una calidad excepcional en cada una de sus presentaciones, me refiero a un músico con más de 30 años de trayectoria artística, que sorprende por su capacidad para enrolarse en proyectos de apariencias diferentes. No hace distinciones entre los tipos de música, sino que establece vasos comunicantes entre el pop comercial y el rock experimental, entre la acústica y la electrónica, entre el empleo normado de la guitarra y su reverso; su nombre, Adrian Belew.
Su primer trabajo de relevancia lo hizo formando parte de la banda de Frank Zappa para el álbum Sheik yerbouti (1979), y acto seguido fue convocado, en rápida sucesión, por David Bowie y Talking Heads: lo más parecido a una entrada por la puerta ancha en los ámbitos musicales de ese período. Si Zappa lo acercó al minucioso rigor interpretativo, con el cantante inglés conoció los secretos de un pop que ensayaba fórmulas de reanimación, mientras la tropa de David Byrne enriqueció su lado lúdico y visceral. De todos modos, el gran salto vino en 1982 al integrar King Crimson, colectivo con el que ha permanecido en sus múltiples reformaciones desde entonces.
Sin desmeritar sus aportes a otros contextos, la labor de Belew en King Crimson reviste singular importancia. Suyo es ese refrescante toque melódico que contrasta con las opresivas atmósferas instrumentales de la banda, a la vez que inyecta dosis de humor en una música que parece regodearse en la claustrofobia. Con el líder Robert Fripp comparte las guitarras, y marca un estilo desarrollado hasta sus más radicales consecuencias en una discografía en constante regeneración. Se trata de guitarristas con personalidades diferentes, donde a Belew le toca subrayar, tal vez, el carácter menos férreo de la música. Tapices sonoros diseñados sobre patrones repetitivos, figuras melódicas complejas y una exuberancia armónica, que aún reserva espacios para las intervenciones individuales. Cada una de las permutaciones del colectivo (incluyendo los temporales ProjeKcts) ha derivado hacia terrenos nuevos, incentivando una búsqueda que toma la complejidad (musical, estética) por bandera. King Crimson es la plataforma donde Belew pone a punto algunas de sus ideas, sobre todo aquellas que exigen interpretar música con crecientes niveles de dificultad. Alternar con instrumentistas como Bill Bruford, Tony Levin, Pat Mastelotto y Trey Gunn le permite medirse en situaciones extremas, en las que, no obstante, sobresale ese rasgo melódico en piezas (“One time”, “Matte Kudasai”) donde su mano se torna notable.

Como autor de canciones tiene una deuda enorme con el mejor pop de los sesenta y en particular con los Beatles. “Walking on air”, “Everything” y “Big blue sun” muestran la decidida influencia que el cuarteto de Liverpool ha ejercido en su obra. Afirma que aprendió tomando como punto de partida ese legado en casi todos los aspectos de la creación musical, desde el proceso de composición hasta la manera de producir los discos. Como nota curiosa hay que apuntar que en su discografía personal aparecen versiones a temas de Beatles, además de estrenar en un concierto de King Crimson la pieza “Free as a bird” justo el día antes de que la famosa Antología de los Beatles saliera al mercado, usando como referente la versión original de Lennon cantando al piano, sin el texto añadido posteriormente por McCartney.

Si tuviera que señalar sus principales atributos como creador, citaría sus combinaciones de humor y rigor, la facilidad para abordar los materiales más extremos, la permanente búsqueda instrumental, su interés por involucrarse en aventuras de apariencia imposible como incentivo para la imaginación, su voz tan peculiar, y ese rejuego textual que conduce del sinsentido zoofílico presente en “Elephant talk”, a su tributo a las víctimas del 11 de septiembre en la canción “Asleep”, la crítica social de “The war in the Gulf between us”, o cuestionamientos de índole personal en “Dinosaur”. Su guitarra es frenética, apasionada, mutante, indisciplinada, sorpresiva, provocadora y dulce: todo a la vez. Le modifica la afinación, emplea distorsionadores, la conjuga con loops, la procesa con múltiples recursos, y también la utiliza en plan acústico, en esa desnudez que es sinónimo de belleza.

Bajo su nombre ha publicado casi una veintena de discos, comenzando con Lone rhino (1982). Entre los más recomendables, aunque muy diferentes unos de otros en la mayoría de las ocasiones, mencionaría a Twang bar king (1983), Mr. Music Head (1989), el imprescindible Inner revolution (1992), Op zop too wah (que en 1996 marcó un primer esfuerzo de responsabilidad totalmente individual), The acoustic Adrian Belew (1993) y su continuación Belewprints (1998), y Side One (2005), a trío con el bajista Les Claypool (Primus) y el baterista Danny Carey (Tool). Sin embargo, una obra como Guitar as orchestra (1995) merece una explicación adicional. Grabada en su estudio casero, nos enfrenta a la pasmosa reproducción, desde la guitarra (como su título lo indica) de la sonoridad propia de una orquesta sinfónica, para un resultado que remite a partituras de la llamada “música contemporánea”. Hay piezas surgidas a partir de improvisaciones, otras llevaron modificaciones posteriores: todas destacan las posibilidades del sistema MIDI, mediante el cual escuchamos sonidos de cuerdas, maderas, metales, piano y hasta percusiones, interpretados con una guitarra eléctrica a través de la tecnología digital.

La música para Adrian Belew es una equilibrada proporción de esfuerzo, diversión y disciplina. Le gusta forzar situaciones hasta alcanzar cierto límite, tras lo cual cambia de dirección; la música lo guía, y rara vez se extravía en atajos sin salida. Mantiene una relación estrecha con la tecnología; usándola con profusión, pero apartándose de ella a cada rato. Del proceso creativo le interesa la inmediatez. No se estanca en un método, y su recurso central es probar todo lo que pasa por su cabeza. Vive y respira por y para la música. Como solista, en King Crimson, o en sus constantes colaboraciones paralelas, Belew hace lo que se espera de un creador comprometido: poner lo mejor de su credo y su talento, cual antídoto de supervivencia en tiempos inciertos para las músicas populares.



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